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Eulàlia Valldosera

El Melic del món, 1990-1991

Instalación
Dimensiones variables
EV.0021   

Parte esencial de sus primeras obras, El Melic del Món, La Panxa de la Terra es, en muchos aspectos, génesis fundamental del trabajo de Eulàlia Valldosera. Concebido durante su estancia en Holanda, donde mantuvo un intenso intercambio de ideas con el artista Ulay, anuncia importantes vías de investigación desarrolladas profundamente por la artista con posterioridad. Así, parte del propio cuerpo como cosmogonía íntima desde la que abordar la existencia, o el desarrollo de procesos emparentados con la paradoja, como crear-borrar, volatilidad-materialidad, higiene-enfermedad y sombra-presencia, elementos recurrentes en el trabajo de la artista, ya protagonistas en El Melic del Món.

Para acercarse a El Melic del Món debe tenerse en cuenta su precedente inmediato, la extensa serie Tintes, donde, desarrollando técnicas cercanas al arte y la filosofía orientales, Valldosera afrontó su trabajo tratando de situarse en el “origen”, como ella misma declaró: «necesitaba aprender a trabajar de nuevo, por lo que me propuse poner en práctica literalmente aquella teoría de Kandinsky de “el punto, la línea y el plano”, y empecé por el principio, es decir, por el punto». En Tintes, el cuerpo surge del entramado de puntos que parece supurar de la superficie del papel, a medio camino entre el orificio y la herida, como si fuese el rastro espectral de los nodos energéticos del cuerpo. Un cuerpo de mujer fragmentado en el que han sido rechazadas las extremidades por prescindibles; quedan torsos, pechos, vientres y nalgas. Rechazando toda presencia objetual (no en vano la artista considera este trabajo como un manifiesto contra el objeto único), el interés gravitará en torno a actividades básicas del propio cuerpo, como comer, fumar o dormir, o residuos como las colillas, el polvo o las arrugas de las sábanas al levantarse alguien de la cama, “ruidos del discurso de la razón”, tal y como los define la misma Valldosera. En El Melic del Món despliega a gran escala las tramas desveladas en Tintes, construidas ahora con colillas dispuestas meticulosamente en el suelo, para barrerlas ella misma, dejando el rastro –la sombra, la apariencia- de un cuerpo femenino –el suyo-, fragmentado, sobredimensionado, en unas grandes lonas donde se fijará. La acción se graba en vídeo, mientras que el proceso de transformación del suelo se documenta mediante fotografías.

Pasando de lo estático al movimiento, de la mancha a la materia, del acto creativo único al proceso compartido y abierto, a la mutabilidad, los puntos de Tintes se transmutan en residuos de cigarrillo, presencias elocuentes del humo que ha atravesado el cuerpo y que ahora lo conforman monumental, punto a punto, dejando los espacios intermedios para que sea quien lo contempla quien construye las tramas y el volumen insinuado. En El Melic del Món el cuerpo aparece como causa y efecto de sus propios residuos, emergiendo desde el rastro de los propios fluidos. A la vez, se intensifica el carácter procesual y el protagonismo del cuerpo adquiere fisicidad al incluir activamente no sólo a la artista, sino también al espectador, que se incorpora como actor cosustancial de la obra que observa. Un factor esencial es la introducción de los elementos tiempo y espacio, que dotan al trabajo de Valldosera del prólogo sobre el que se asentará su trayectoria futura, cuando desarrolle trabajos imprescindibles, como la performance Vendatges o la instalación La caída.

Rosa Pera

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